Un beso de despedida al bloqueo
Manuel E. Yepe
“Aunque el bloqueo a Cuba durante 50 años puede haber sido una política apropiada de respuesta a la revolución cubana en medio de la Guerra Fría, la realidad del Siglo XXI reclama su abolición”.
Con la firma del Coronel Glenn Alex Crowther, un artículo titulado “Kiss the Embargo Goodbye”, así lo afirma en el boletín oficial del Instituto de Estudios Estratégicos (ISS, por sus siglas en inglés) de la Universidad del Ejército de los EEUU (U.S. Army College) subordinada al Departamento de Defensa del Gobierno de los Estados Unidos.
“Es hora de darle el beso de despedida al embargo, aunque manteniendo firmemente la posición de que la democracia es la única forma de gobierno aceptable en el Hemisferio Occidental”, señala el artículo, reafirmando con ello un supuesto derecho de Estados Unidos a determinar la forma de gobierno que deben tener sus vecinos, que nadie le reconoce.
Según la interpretación de la historia de Cuba que hace el Coronel Crowther, luego de varias victorias de los insurgentes, el dictador Batista, aislado tanto del pueblo cubano como del gobierno de los EEUU a causa de sus políticas represivas, huyó al exilio el primero de enero de 1959 y Fidel Castro llegó a La Habana el 8 de enero de 1959 en medio de un gran vacío de gobierno.
Dice Crowther que, inicialmente, EEUU actuó de manera conciliatoria, pero la mutua antipatía impidió el encuentro. Entonces Washington respondió apoyando la invasión de Bahía de Cochinos en 1961 y Cuba permitió a la Unión Soviética emplazar misiles nucleares en la isla. Luego Fidel inició una política de exportación de la revolución al resto del Hemisferio Occidental y a algunos países de África y su lugarteniente Che Guevara prometió dos, tres, “cien” Vietnams.
Más tarde vendría, según Crowther, el triunfo de los sandinistas contra el dictador Somoza, única confirmación de la teoría cubana del foco guerrillero que, sin embargo, en Nicaragua fracasó gracias a que EEUU intervino hasta derrotar a los revolucionarios y lo siguió haciendo en toda América Latina contra todas las revoluciones de inspiración fidelista.
En este contexto, “no fue sorprendente que Estados Unidos se propusiera castigar al gobierno cubano y que, entre otras medidas, declarara el siete de febrero de 1962 el embargo comercial, económico y financiero. Su justificación inmediata era la expropiación de propiedades de corporaciones y ciudadanos estadounidenses; sin embargo, su fin realmente era desestabilizar a Cuba y provocar el cambio de su gobierno”.
Afirma el autor que fue gracias al apoyo que la Unión Soviética le brindó a Cuba que el bloqueo no pudo derrumbar a la revolución, pero sí logró hacerles mucho daño a los cubanos, impidiéndoles así brindar mayor apoyo a otras revoluciones en todo el mundo. Durante la Guerra Fría, la necesidad de ayudar a Cuba fue una de las tácticas utilizadas por Estados Unidos para desgastar a la URSS y uno de los motivos por los que la necesidad del embargo ha disminuido con el fin de la Guerra Fría.
Las únicas razones que justifican hoy mantener el bloqueo son, a juicio de Crowther: (1) forzar a Cuba a una reforma y (2) consentir a los reclamos de la comunidad cubana de Miami. Fueron ellas las que argumentaron en 1992 la Ley Torricelli (Cuban Democracy Act) y, en 1996, las Leyes Helms-Burton (Cuban Liberty and Democracy Solidarity Act) destinadas a reforzar el bloqueo.
La primera razón, la necesidad de mantener la presión para obligar a Cuba a reformarse, ha fracasado manifiestamente. “No solo ha fracasado el embargo sino que no está en línea con nuestra política de relaciones con otros regímenes comunistas que eran nuestros oponentes durante la Guerra Fría”, dice el artículo y menciona los ejemplos de China, Vietnam y Corea Popular.
La segunda razón, el reclamo de los cubanos de Miami de mantener el embargo, ha ido desapareciendo tan lentamente como la Guerra Fría, escribe Crowther y refiere cómo han ido variando en la diáspora cubana las posiciones sobre los vínculos con el país de origen.
Agrega, cual si fuera un gran descubrimiento, que el bloqueo concita la movilización del pueblo cubano contra la intromisión de EEUU en sus asuntos internos, aunque esto último lo justifica con las viejas mentiras que presentan las acciones cubanas de defensa como “actos tiránicos del régimen comunista”.
El levantamiento del bloqueo –advierte- presentaría a EEUU ante la comunidad internacional como magnánimo y abierto. “No hacerlo nos muestra ante el resto del mundo vengativos y mezquinos”.
El articulista, profesor investigador de asuntos de seguridad nacional en el Instituto de Estudios Estratégicos (SSI) del Ejercito de Estados Unidos, arguye que “no podemos convencer a nadie de que Cuba es una amenaza para EEUU, ni afirmar que más de lo mismo tendría un impacto positivo. En cambio, levantar el bloqueo indicaría que estamos buscando una nueva vía de lograr el cambio.”
Crowther supone así mismo que levantar el bloqueo es abrir el mercado a las mercancías y servicios norteamericanos, y sueña con una sociedad cubana aburguesada y consumista, ávida, cuando termine el bloqueo, de los efectos electrodomésticos y chucherías norteamericanas, “como en el Irak de 2003”.
Es indignante que haya quienes aboguen por levantar el bloqueo, no por el injustificable crimen cometido contra el pueblo cubano durante medio siglo, sino por su inutilidad para lograr los malsanos propósitos que lo generaron.
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