The Untold Story of the Cuban Five part 11
Mission Impossible
By RICARDO ALARCÓN de QUESADA
When the Supreme Court decided not to hear the Cuban Five petition, the Justices acted exactly as requested by President Obama’s Solicitor General, showing that on this issue, there has been no change, certainly not a change we can believe in.
The Supreme Court last June 14 simply joined the other two branches of Government in demonstrating their hostility towards the Cuban people. During the 1990s this official animus, had among its main features their connivance with a terrorist campaign that has cost lives, caused human suffering and material damages, which the US instead of preventing – as was its obligation – tolerated or promoted.
Immediately after the break up of the Soviet Union, Cuba entered an extremely severe economic crisis, worst for us than the Big Depression of 1929. It was precisely the time chosen by the US to strengthen its economic blockade as reflected in the Torricelli Amendment (1992) and the Helms-Burton Act (1996). The trio – Torricelli, Helms and Burton –replying to those objecting the illegal extraterritorial legislations assured their colleagues that it was the last year of the Government led by Fidel Castro.
Others made easy money in those days publishing cheap texts, announcing with specific datelines the inevitable end of the Cuban Revolution. It became an uncontested dogma for many scholars, politicians and journalists and a source of encouragement for those who have actively sought revenge for decades.
Some, unsatisfied with what they perceived as Washington’s insufficient aggressiveness, tried to make a final assault on the abandoned, isolated island.
Paradoxically in September 1994 and May 1995, Cuba and the US succeeded in negotiating new migration accords in an exercise of quiet private diplomacy that involved the commitment to move towards the lifting of the embargo and a promise to curb terrorist actions against Cuba.
It was then that Mr. Basulto and his cohorts ramped up their airborne incursions. Basulto was very open in explaining his intentions. The alleged “humanitarian” nature of their previous flights – to help undocumented Cubans to enter the US – had disappeared with the new US policy, since May 2, 1995 to send them back to the Island. From that day on, as recognized by Basulto, the flights would continue and be multiplied with a subversive purpose. Almost daily he was on the media announcing the next provocation and proclaiming that Cuba was so weakened by the economic crisis that it could not protect its borders or even impede him to overfly downtown Havana as he did on more than one occasion. The US authorities knew what he and his group were doing, as it was known by anybody having a TV set because the provocations were filmed and reported live by the Miami local stations of national TV networks.
In 1995 and early 1996 we made our outmost to persuade Washington to prevent those completely illicit air provocations. We were just asking the US Administration to respect international law and abide by its own domestic laws and regulations.
A rather intense wave of official communications took place between the authorities of both countries through which the US side explicitly recognized the illegal character of the flights and initiated, with Cuban cooperation, administrative proceedings against the transgressors. Or so they reiterated in diplomatic notes.
Apart from the open channel we warned time and again, at the highest level, both US civilian and military authorities.
Fidel Castro was personally involved in those efforts. He spent many hours with more that one US important visitor, some with clear White House endorsement. And we succeeded in getting a very specific commitment by President Clinton that those provocations will never happened again. (Indictment À la Carte, Counterpunch, September 3, 2009; Annals of Diplomacy, Backfire, The New Yorker, January 26, 1998).
Something rather strange happened on the road from Washington to Miami. It appears that President Clinton gave specific instructions to fulfill his commitment. But in that peculiar town (Remember Elian?) the US Commander in Chief’s orders are not always obeyed. As soon as the Miami mafia learned of the President’s instructions, the provocateurs organized their last violation. That was the real conspiracy, the only one, leading to the tragic events of February 24, 1996.
President Clinton astonishingly reacted as if he never knew anything and rushed to sign the Helms-Burton Act in a deplorable ceremony at the White House, joyfully surrounded by some of the true culprits, the very individuals who defied him. It was a presidential election year and Clinton won easily in Miami.
That experience would have been more than enough to anybody in terms of believing in the possibility of serious talks and engagement with such frivolous partners, some kind of mission impossible.
But we tried it again. We didn’t have a choice.
La Historia no contada de los Cinco (Parte XI): Misión imposible
- Esta es la oncena parte de la serie sobre los Cinco escrita por Ricardo Alarcón y publicada originalmente en inglés, en el diario digital norteamericano CounterPunch. Haga clic para ver los artículos anteriores: Primera Parte, Segunda Parte, Tercera Parte, Cuarta Parte, Quinta Parte,Sexta Parte, Séptima Parte, Octava Parte, Novena Parte y Décima parte
Cuando la Corte Suprema decidió no escuchar la petición de los Cinco, los magistrados actuaron exactamente cómo se les solicitó a nombre del Presidente Obama, mostrando que en este tema, no ha habido ningún cambio, evidentemente ningún cambio en el que nosotros podamos creer.
El pasado 14 de junio la Corte Suprema simplemente se unió a las otras dos ramas del Gobierno en su hostilidad hacia el pueblo de Cuba, que durante los años 90 había tenido entre sus principales características su complicidad con la campaña terrorista que ha costado vidas, sufrimiento humano y daños materiales, y que Estados Unidos en lugar de evitar - como era su obligación -toleró y promovió.
Inmediatamente después del derrumbe de la Unión Soviética, Cuba entró en una extremadamente severa crisis económica, para nosotros peor que la Gran Depresión de 1929. Este fue precisamente el momento escogido por Estados Unidos para fortalecer su bloqueo económico como se reflejó en la Enmienda Torricelli (1992) y en la Ley Helms-Burton (1996). El trío - Torricelli, Helms y Burton - al responderle a aquellos que objetaban las ilegales legislaciones extraterritoriales les aseguraba a sus colegas que ese era el último año del Gobierno dirigido por Fidel Castro.
Otros hicieron dinero fácil en esos días publicando textos baratos, que anunciaban con fechas específicas el inevitable fin de la Revolución Cubana. Esto se convirtió en un indiscutible dogma para muchos académicos, políticos y periodistas y una fuente de aliento para aquellos que han buscado venganza de forma activa durante décadas.
Algunos, no satisfechos con lo que ellos percibían como insuficiente agresividad por parte de Washington, trataron de realizar un asalto final a la isla abandonada y aislada.
Paradójicamente, en septiembre de 1994 y mayo de 1995 Cuba y Estados Unidos tuvieron éxito en la negociación de nuevos acuerdos migratorios en un ejercicio de tranquila diplomacia privada que incluyó el compromiso de avanzar hacia el levantamiento del bloqueo y una promesa de frenar las acciones terroristas contra Cuba.
Fue entonces cuando el Sr. Basulto y sus seguidores multiplicaron sus incursiones aéreas. Él fue muy franco al explicar sus intenciones. La supuesta naturaleza “humanitaria” de sus vuelos previos - ayudar a los cubanos indocumentados a entrar a Estados Unidos - había desaparecido desde el 2 de mayo de 1995 con la nueva política norteamericana de enviarlos de regreso a la Isla. Desde ese día, como reconoció el Sr. Basulto, los vuelos continuarían y se multiplicarían con propósitos subversivos. Casi a diario estaba en los medios anunciando la próxima provocación y proclamando que Cuba estaba tan debilitada por la crisis económica que no podía proteger sus fronteras, ni siquiera impedir que él sobrevolara el centro de la Habana, como hizo en más de una ocasión. Las autoridades de Estados Unidos sabían lo que él y su grupo estaban haciendo, como era sabido por cualquiera que tuviera un aparato de televisión porque las provocaciones eran filmadas y reportadas en vivo por las estaciones locales de Miami de las cadenas nacionales de televisión.
En 1995 y principios de 1996 hicimos todo lo posible para persuadir a Washington de que impidiera esas provocaciones aéreas completamente ilícitas. Le estábamos pidiendo solamente a la administración norteamericana que respetara el derecho internacional y cumpliera sus propias leyes y regulaciones nacionales.
Una oleada bastante intensa de comunicaciones oficiales tuvo lugar entre las autoridades de ambos países a través de la cual la parte norteamericana reconoció explícitamente el carácter ilegal de los vuelos e inició, con la cooperación cubana, los procedimientos administrativos contra los transgresores. O eso fue lo que reiteraron en sus notas diplomáticas.
Además de por los canales abiertos, advertimos una y otra vez, a los más altos niveles, tanto a las autoridades civiles como militares de Estados Unidos.
Fidel Castro estuvo involucrado personalmente en esas tareas. Pasó muchas horas con más de un importante visitante de Estados Unidos, algunos de ellos con un evidente aval de la Casa Blanca. Y tuvimos éxito en lograr un compromiso muy específico por parte del Presidente Clinton de que esas provocaciones no volverían a suceder jamás. (Acusación À La Carte, www.antiterroristas.cu , Septiembre 7, 2009; Annals of Diplomacy, Backfire, The New Yorker, January 26, 1998).
Algo bastante extraño sucedió en el camino de Washington a Miami. Al parecer el Presidente Clinton dio instrucciones específicas para que este compromiso se cumpliera. Pero en esa peculiar ciudad (¿Recuerdan a Elián?) las órdenes del Comandante en Jefe de Estados Unidos no son siempre obedecidas. Tan pronto la mafia de Miami supo de las instrucciones del Presidente, los provocadores organizaron su última violación. Esa fue la verdadera conspiración, la única, que llevó a los trágicos hechos del 24 de febrero de 1996.
Increíblemente el Presidente Clinton reaccionó como si nunca hubiera sabido nada y corrió a firmar la Ley Helms-Burton en una deplorable ceremonia en la Casa Blanca, rodeado alegremente por algunos de los verdaderos culpables, los mismos individuos que lo desafiaron. Fue un año de elecciones presidenciales y Clinton ganó fácilmente en Miami.
Esa experiencia hubiera sido más que suficiente para que cualquiera se olvidara de la posibilidad de tener conversaciones serias y alcanzar compromisos con socios tan frívolos, algo así como una misión imposible.
Pero nosotros lo intentamos de nuevo. No teníamos otra opción.
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